Moraleja: “hay que apagar la televisión en colores y encender los tele colores de la visión”.
Una mañana cualquiera, desperté con la misma emoción que un niño entraría a un supermercado colmado de embelecos gratuitos y sin restricción. Era mi día libre luego de muchas jornadas de arduo sudor.
Claro, lo único que soñaba era poder pasar el día completito dadas las “hipo condiciones” climáticas dentro del sobre.
Como panorama, una buena película en DVD quedaba fuera de mi alcance por razones obvias: no me alcanza para comprarme uno y, como en lo ajeno reina la desgracia, tampoco recurriría a la vieja frase ¿me prestay tu dvd sólo por hoy? No. Mejor era batírselas con lo propio. Así, caí en el pecado. Busqué con ansias “mi” control remoto, me “armé” con una bandeja llena de dulce y salado, unos buenos brebajes, celular cargando pero apagado y….¡a la camita a ver tele todo el día se ha dicho!
La costumbre de despertar a primera hora no quiso desalojar la rutina de mi retina, por lo que comencé tempranito.
Aquí va el resumen de la experiencia.
Matinales:
¡Qué desastre! Es una verdadera pena ser testigo de tanta pérdida de tiempo y recursos humanos y tecnológicos. Nada que aportar, salvo, alguna que otra oferta de comestibles a bajo precio en algún supermercado cualquiera durante la tanda de comerciales que, al final, no son ni tan comestibles (no orgánicos, pura - química – pura) ni menos, tan baratos.
El desfile de rostros a medio resucitar saltando, permite tener tiempo para decidir que si el día se abriga uno saldrá a dar un paseo (toda una esperanza en el mes de junio).
Primer bloque: bienvenidas maquilladas y sonrisitas de utilería que prometen dar lo mejor para acompañar a “usted que está en camita”. Un desglose del menú que, lejos de reflejar los intereses de uno, al menos no se oye tan mal. En cada canal, la misma oferta. Incluyendo “no somos los primeros, somos los mejores” y todo.
Y partieron. Lo que uno había pensado que iba a tele observar, se convierte en un calamitoso reality de egos que se atropellan unos a otros sin escatimar esfuerzos, aunque haya que dárselas de payaso decadente, de sabelotodo con lagunas mentales, de sermoneros sobre el deber ser, entre otras posturas. Todo “le lleva” implícito que se hace pensando en uno. Sin comentarios.
Aparece un chef, que entre alaridos y desesperados intentos de los conductores por comerse todo aquello que está en la mesada televisiva, no puede ni explicar bien la receta con tanta interrupción, ni menos, terminar de manufacturar el manjar anunciado porque desparecieron los ingredientes durante la tanda comercial.
Luego viene la entrega informativa horaria. Ni tan entrega, porque todo está pagado, ni tan informativa, toda vez que macarenas pizarros, andreas molinas, ivanes valenzuelas entre otros, lejos de informar realizan una apología de sus acabados conocimientos “no – tendenciados” y de sus “asertivísimas” opiniones personales… ¡pero mucho!.
Volvemos con el programa. Esta vez, vamos con el espacio de la moda a cargo, obvio, de una modelo. ¿modelo de qué?, uno se pregunta. Modelo de respeto no es. Modelo de, tampoco. Ella, “la no – modelo”, se esfuerza por decirle a la señora que ganó el concurso, que no tiene idea de vestirse bien, que está gorda y pasada en años. Es decir, que jamás ni sueñe en tener un micrófono y cámara a disposición para entregar su valiosa opinión como ciudadana y que, si intenta parecerse a ella, en su casa la van a tratar bien. Lo que le queda claro a la señora pobladora, es que sin gastar lo que no tiene para darse una manito de gato, seguirá en las sombras de las estadísticas que, a imagen y semejanza de Mega, El mercurio y el 13, también mienten. Todo porque el matinal fue pensado para la gente de Chile.
*Place comercial here*. Las grandes cadenas hacen alarde de su particular empatía y le prometen que “cada día una pequeña ayuda” le harán el cotidiano vivir más fácil. El problema es que no dicen para quién va destinada esa ayuda finalmente: a sus propios dueños, que necesitan ir de vacaciones más seguido para marcar presencia dentro del glamoroso concierto de potentados nacionales, pocos, cada vez menos.
Y la cámara “ancla” da el pase al conductor…bien anclado con tortuosas redes pero anclado al fin y al cabo. Nadie sabe por qué no es el recién y talentoso egresado de la carrera de comunicación social, este niño Lushito González, hijo de la señora Juanita (madre soltera y/o abandonada)…claro, dice uno, es que él nunca supo de barcos, por tanto, de anclas y redes nunca tuvo noticias.
Todo esto, entre risotadas desmedidas de las “gomero conductoras” que hacen lo propio para ser “las más”. Las más fotografiadas, las más cotizadas, las más solicitadas y, por sobre todo, las más enfocadas durante la teletón. De lo que no queda duda alguna, es que las más parecidas a las señoras y señoritas que están en casa, ellas no son. Tampoco las más representativas de la mujer chilena, porque si ellas la representan a uno…¡…! válgame dios, prefiero mi honesto y consecuente anonimato, gracias.
Ya vamos casi terminando y aún espero por la promesa.
Otro informe horario de prensa. Que te “prensa” el intelecto, dice uno. Porque a la hora de la credibilidad, justo cuando a uno lo van a dejar casi convencido, uno sale a la calle y se da cuenta que el 90% de lo manifestado, está lejos de la realidad.
Entonces, como ya conozco los créditos, respiro profundo, me armo de valor (que eso a las mujeres chilenas nos sobra), lleno de café mi termo, me pongo dos pares de calcetas y tomo el libro abandonado que apareció durante la mudanza, una transistor a pilas y me las emplumo a la villa Grimaldi.
Allí, los pajaritos cantan gratis y puedo, después de confesarme pecadora, disfrutar por fin de un verdadero día libre. “Mi” día libre al fin y al cabo.
Y como dijo Charly: “Say no more”.