Y fue el fulgor de tus ojitos el que me dijo hola por primera vez. Me miraste y te miré. Éramos viejas conocidas. Te llevé también dentro estos nueve meses que nos separaron.
Suspiraste y, juntito a tu aliento, mi aliento se tomó de tu mano y salimos a correr.
Tengo para ti una foto grande donde salgo linda para que luego puedas decir con orgullo “así era mi abuela”. Tengo también esperando por ti miles de historias de ésas rosaditas que sólo las niñas podemos compartir.
Mi gran problema Amandísima Sofía mía es que no sé por dónde empezar.
Mientras, te propongo un trato: cuéntame tú cada día cómo es haber llegado a llenarnos este espacio que te pertenecía desde siempre, desde antes…
Cuando veo los ojos de tu padre no puedo más que buscarte en ellos. Y sí, estabas desde antes anidada en la pradera de su mirada y también venías conmigo…para qué darte tanto detalle si tú también lo sabes. Espero que entre tantas historias que me cuentes no lo vayas olvidando…..
Sí. Te regalé el cielo azul, hace bien para la salud. También te llevé un ramito de lavandas de mi propio jardín. Las cultivé yo solita y ésas son buenas para el alma….imagina, ellas aún muertas y secas siguen teniendo el mismo aroma que el del día en que nacieron y son olorositas completas. Te compré un diario para que cuando estemos viejitas, podamos revisar qué pasaba en el valle el día que nos vimos las caras. Por primera vez, coseché estrellas tempranito para dejarlas en tu almohada antes de darte el besito sagrado de las buenas noches.
Hay recetas que conozco, otras, las iremos descubriendo juntas, mientras crecemos.
No estuvieron de sobra las lágrimas que me robaste porque sanan el cuerpo, lo limpian completito por dentro. Las hay dulces y también saladas, pero no te preocupes de eso ahora porque he bordado un pañuelo para todas las que me regales tú: para tu primer amor ingrato, para tu primer hijo, para cuando te revienten solitas de rabia y, por sobre todo, para cuando te des cuenta de cuánto te amo. También mi regazo está preparado para arrullarte. Tengo oídos grandes y, si somos habilositas, nos podremos turnar para escucharnos largamente sin que despierten los demás.
Antes de dejarte - por hoy – hice un inventario de la suela de mis zapatos. Tienen tantos rincones que ofrecerte y cada uno lleva una promesa: mi inexorable compañía. Estoy aquí, Amandísima Sofía mía y vine para quedarme en tu vida.
Tengo el corazón limpiecito e iluminado para que puedas pasear por él cuantas veces quieras, cuantas veces lo necesites, tú lo sabes.
Pierde cuidado Amanda. Le compré a tu papy un gigante algodón de azúcar rosado a la salida de la clínica. Se fue más luminoso….aunque nosotras lo sabíamos.
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