"De la abundancia del corazón habla la boca del Hombre". (Libro de Proverbios).
Desde el punto de vista de algunos autores el lenguaje es, estrictamente, lo más humano que tenemos como especie.
Cuando hablamos de cultura, la tendencia es a hacer referencia a todo aquello que, en estricto rigor, tiene que ver con "acción de cultura" como se ha venido llamando desde hace un tiempo al hecho de presenciar, organizar y/o presentar una obra de teatro, una muestra pictórica o cualquier evento relacionado con la "actividad cultural".
No es a éso a lo que quisiera hacer referencia aquí. Quisiera referirme, mas bien, a todo aquello que podemos lograr mediante nuestra asombrosa capacidad simbólica transformada en lenguaje.
Según Alberto Maturana "somos en el lenguaje" y, desde ahí, nos presentamos al mundo y navegamos por él entre los demás seres, entre los otros, sean éstos significativos o no.
Lo que no se alcanza a dimensionar las más de las veces es que, siendo miembros de una misma especie, estamos condenados a
Entonces, desde ese punto de vista, ¿no resulta acaso impensable desprender cultura de lenguaje y lenguaje de acción?.
Desde esta perspectiva, cabe considerar que somos el reflejo de las características que llevamos dentro (llámese alma, espíritu, forma de ser, valores, principios, actitudes, etc), por tanto, nuestra cultura es - a su vez - reflejo de cómo navegamos dentro de nosotros mismos en individualidad y en colectividad (comunidad).
Sin conllevar algún intento de descubrir una definición de "cultura", la pretensión es invitar a dar una ojeada desde ésta lectura, a ese reflejo.
En el ámbito de la violencia intrafamiliar (VIF), el mito más recurrente es pensar que la violencia tiene como punto de origen la cesantía, el alcoholismo y las drogas. En cambio, ocurre por una reiteración tan sustentada en y por el "lenguajear", que se vuelve "cultura", es decir, lo que vamos heredando a otras generaciones y a quienes nos rodean y vice versa (a grandes rasgos).
La violencia ocurre cuando desde pequeños se ha internalizado - mediante el lenguaje - que existen la discriminación y la descalificación (entre otras) y va tornándose tan recurrente y cotidiano, que terminan legitimándose por sí mismas.
A partir de ello, no huelga mencionar que somos el tipo de sociedad que vamos construyendo desde nuestras conversaciones, desde nuestra cultura individual y cotidiana, tomando como pilares nuestras biografías, nuestros contextos, nuestras convicciones singulares y colectivas (a favor o en contra).
Es aquello que nos hace únicos e irrepetibles, lo que nos permite ser parte de un todo que muestra lo que es. Si somos violentos heredamos violencia. Si somos tolerantes, heredamos tolerancia.
¿No valdría, entonces, la pena erflexionar en cómo van nuestras propias conversaciones?. En reiteradas ocasiones se oyen discursos tales como: "los niños no lloran"; "haz la cama a tu hermano"; "tú nunca vas a aprender"; "no sirves para nada" y, al general de las personas, sólo les caben la indiferencia o el desagrado.
Asimismo, desde nuestra propia manera de "navegar por la cotidianeidad", se nos hace invisible nuestra personal manera de discriminar, de descalificar, puesto que ya - desde nuestra cultura - caímos en la trampa de la aceptación (como un hecho natural) el lenguaje violento.
Se reflexiona a menudo desde el discurso. Desde la acción es otra parte quien tiene la responsabilidad de plantear un mundo alternativo. Desde la violencia, se legitima la agresión como única herramienta posible para resolver un conflicto. No hay una oferta seductora y convincente que atraiga hacia otras formas de desatar esos nodos conflictivos.
Desde el ámbito de la comunicación social, pocas veces se plantean las realidades desde una perspectiva cultural.
No es extraño encontrar el tema de la violencia intrafamiliar reducida a la "crónica roja", con grandes titulares que llevan al lector, televidente o auditor a tomar la información sólo como un hecho policial más, sin alcanzar a internalizar ése hecho como el resultado de una cultura de la violencia al interior de la familia y, por extensión, a la sociedad toda.
¿Nos asistirá el llamado a prestar más atención a cómo estamos manifestando nuestra postura profesional frente a temas tan relevantes que van mucho, muchísimo más allá de un evento cultural?.
Si nuestro lenguaje nos hace construir y darle sustentabilidad a nuestra cultura, no sería "mal visto" comenzar por aceptar al otro como un legítimo otro dentro de la convivencia (Maturana y Varela), y darle el merecido lugar dentro de la sociedad dentro del respeto, la pluralidad y la acogida que esperamos para nosotros mismos.
Resulta de gran importancia reflexionar frente a un tema tan recurrente desde dos perspectivas: como ciudadanos en nuestras propias conversaciones y como potenciales comunicadores donde tendremos la oportunidad de abordar estos temas, otorgándoles la importancia que corresponde: desde la sociedad que estamos colaborando a construir.
La decisión "hablará" por sí misma.
Desde su propia abundancia.
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