martes, 16 de octubre de 2007

EL viejo PERRO viejo

Cuando todos los días nos parecen predecibles casi en su totalidad, afortunadamente siempre hay situaciones que nos sacan de ese tipo de pensamientos.

Hoy desperté más temprano y me explico:

La verdad es que tuve una pesadilla horrible. Fue casi una tortura. Desperté y, afortunadamente, seguía siendo el canino ejemplar que haría sentir orgullosos a mis padres. ¡Ufff!!!!............¡En mi pesadilla me había convertido en humano!.

Lo primero que se me vino a la cabeza, fue una sensación de pena por ellos. Debe ser tremendo no saber pensar. Viven apurados, feo eso.

Lo que es yo, me tomo mi tiempo: me pego unas buenas estiradas, bostezo y me acicalo, sin prisa.

Por otra parte, mi día comienza cuado yo lo decido, salvo, contadas ocasiones. Luego salgo a recorrer el barrio donde vivo. Los días lunes, miércoles y viernes, son productivos porque sacan las bolsas y las puedo revisar con calma, aunque si los humanos pensaran, las dejarían abiertas y en un lugar cómodo para que las pueda alcanzar porque así como quedan me resulta difícil hacerlo sin dejar desorden. Entonces debo abrirlas y se me escapan algunos restos. Todo es culpa de ellos. Después el sucio y desordenado es uno.

En la esquina donde me despido del día a día y acomodo mi perruna existencia, hay un paradero. Siempre es igual. Oigo delicados taconeos, pasos firmes de hombres y el roce de las mochilas en las espaldas escolares.

Hoy fué distinto. Hoy, además de lo anterior, escuché conversaciones. Me paré firme en mis cuatro extremidades y salí a pat'iperrear.

Se comentaba de la nueva estrategia de transportes. ¡Puras lamentaciones!. Hombres y mujeres se dolían del famoso plan. Lo que más me llamó la atención es que ninguno reparó en que por fin, sin importar el tema, las personas se dirigían la palabra unos a otros...... no saben de lo que se pierden los humanos por no pensar.

Así dadas las cosas, me iré a recorrer alguna calles y como tengo experiencia en aparecer hasta en los desfiles, me voy a "embarcar" en el transantiago.

Entonces ya tengo todo previsto. Hoy recorreré el sector de Plaza Italia. Aunque me gusta más de día, me resulta muy difícil encontrar algo de comer antes del horario prime.

Me subo a un bus troncal y, la verdad, es que vamos muy apretados. No cabría mi compadre "oliver", aunque me hubiese gustado traerlo. Pero es más joven y medio "alocado" producto de su rpopia juventud.

Me instalo al lado de un boliche "por si las moscas", porque por curioso no alcancé a desayunar.

Veo dos colegas. Uno casi tan escuálido como yo. Es café, alto. Imagino que ya debe ser abuelo por la mirada. Pienso si me acerco o no y estoy en eso cuando da un respingo y me mira fijamente y como sé de relacionarme bien con el rubro, le pongo cara de amigable para que me dé algún dato interesante.

Conversamos bastante rato y nos compartimos la pena que nos dan los humanos. "Los hombres no saben lo que buscan", me dice con voz de perro de Santiago. "Es una gran pena y, lo peor es que ni lo notan", le respondo con acento peñalolino. Como estuvimos de

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